sábado, 11 de decembro de 2021

Hace frío en el scriptorium...

 Sí, hace frío en el scriptorium, y a este viejo monje le duelen los dedos y apenas puede teclear, pero me he comprometido con la bibliotecaria, sor Elba, a dejar constancia verbatim de todo cuanto se me ocurra sobre el libro del hermano Eco.

Pues bien, no voy a explayarme hablando del maravilloso scriptorium, ni de aquellas épocas pasadas y dichosas en que se escribían libros importantes con pluma, tinta y pergamino, códices decorados con las más maravillosas miniaturas.

Ha hecho su aparición el venerable Jorge de Burgos y, con él, el debate sobre la risa. Sólo recordaré que en este personaje central de la novela hay una clara referencia al genial escritor argentino Jorge Luís Borges. Aparte de la semejanza de los nombres, bastante elocuente, debemos tener en cuenta otras dos similitudes que disipan la posibilidad de que se tratara de una casualidad: ambos, el escritor y el personaje de la novela, son ciegos y bibliotecarios.

No quiero pasar por alto otro simpático detalle del capítulo: los oculi de vitro con que fray Guillermo suple el desgaste de sus ojos para leer. En efecto, las gafas, como tantos otros avances (los botones, la chimenea, las letras de cambio, la brújula...) fueron inventadas en la Edad Media. Abundan las representaciones de monjes medievales con sus gafas sobre la nariz o sobre su escritorio, pero voy a ilustrar esta entrada con una fotografía que tomé este verano en la bellísima iglesia del monasterio de Samos. En ella podéis ver al doctor Anselmus y, aunque la imagen no es de época medieval, creo que es curiosa y hasta un poco enternecedora (pulsad sobre la imagen, si queréis verla más grande).

Si os interesa el tema de los avances tecnológicos en la Edad Media, os recomiendo vivamente estos dos libros: "Botones, bancos, brújulas y otros inventos de la Edad Media", de Chiara Frugoni, y "La revolución industrial de la Edad Media", de Jean Gimpel. O "Medieval robots", de E. R. Truitt.

Ahora sí, este viejo monje se retira ya a la soledad y al calor de su celda. 


 




2 comentarios:

  1. Hermano Ramiro: No puede dejar de mencionar que además de los oculi que seguimos utilizando con pocas modificaciones, y que tan bien aprovechamos muchos, hay dos invenciones que cambiaron la forma de concebir el mundo.
    Uno es el reloj mecánico, que desplazó el horario del sol en las incipientes ciudades cuando se instalaron en iglesias y edificios públicos.
    El otro es el arbotante, ese elemento arquitectónico que permitió aligerar los muros y permitir los vanos más maravillosos y espectaculares que se han creado nunca. Como botón de muestra me permito mencionar la Sainte Chapelle de París (es una debilidad). Desde ese momento en que se construyeron las grandes catedrales a mayor gloria de Nuestro Señor, la arquitectura apenas se ha movido entre las formas rectas de los muros cerrados y las líneas ascendentes y muros ligeros.

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    1. Gracias por tu comentario. En efecto, el reloj mecánico es un avance que aparece también en la Edad Media, un invento importantísimo, que empezó ocupando su lugar en las torres de las iglesias y de los municipios. ¿Y qué decir de una institución como la universidad, que nace también en esta época, a partir de las escuelas catedralicias? Más de una referencia hay en la novela a las universidades de Oxford y París, que desplazaron a los monasterios como centros del saber.

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